En España ha pasado casi mes y medio del inicio de la suspensión de clases por motivos de COVID-19 y tentativamente estamos a un mes del regreso de nuestros niños a las aulas. En este periodo hemos transitado ya por muchas etapas de incertidumbre de lo que viviríamos y de los miedos que esto traería consigo, aunque también podíamos encontrar un toque de entusiasmo e ilusión de cómo llevamos el sano desarrollo de nuestros hijos, en nuestras casas: circulan muchas estrategias y actividades para que ellos realicen o para hacerlas juntos; hay cuentos, libros en texto o en audio, películas, juegos, dibujos para colorear, recetas de cocina, dinámicas de ejercicio etc.;
Algunos hicimos estas tareas, otras se quedaron en el tintero o en la lista de las buenas intenciones, pero al pasar los días empezamos a experimentar una sensación de fracaso, porque no estábamos ni ligeramente cerca de lograr lo que antes de quedarnos en casa habíamos conquistado con mucho esfuerzo. Después de un mes esto se acentuó, cansancio, sensación de fracaso, y el caos, pues llegó con más fuerza la carga trabajo escolar.
Hasta antes del resguardo domiciliario (pese a que los métodos de crianza han cambiado y se ha tendido a concentrar la responsabilidad en los padres) había maestros y maestras que se encargaban de enseñarles historia, matemáticas, deportes, artes, idiomas, que les sonreían en la convivencia, les daban sostén emocional, los inspiraban, motivaban y les establecían límites; en esa convivencia cotidiana, también se encontraban, otras madres y padres que hablaban o compartían el camino de regreso a la casa o la hora de estar en el parque, se encontraban los vecinos que los han visto crecer y que compartían algunas palabras y anécdotas, estaban los abuelos que cumplían un rol muy fuerte de crianza; había mucha gente que era importante.
Nuestros niños tenían un torrente de interacciones, estructuras, cariños, experiencias, etc. que pasaron a estar únicamente en las manos de nosotros como padres, quienes aceptamos el reto con valentía, pero con poca probabilidad de éxito, mucho más aún si la crianza no es nuestra única labor en este período, pues puede ser que además de ello, trabajamos a distancia, al mismo tiempo las innumerables labores de limpieza y alimentación.
Por este motivo es importante darse cuenta de la cantidad de roles, de personas o figuras involucradas en nuestra vida cotidiana y que queremos asumir literalmente, al mismo tiempo y de una sola vez. No es difícil de imaginar que UNICEF, esté fuertemente preocupada por la violencia que vivan en su casa los niños y los adolescentes debido al estrés y sobrecarga que los padres soportan.
La forma de crianza como la vivíamos, implementada en tiempos de pandemia fracasará, nos sobrecargará y nos llevará a puntos cúspide que se relacionan directamente, junto a otros factores sociales, al maltrato en la infancia; necesitamos reestructurar lo que hacíamos, darle sentido a los nuevos roles, ser resiliente, ser positivo y entender y comprender los cambios que esta situación genera.
¿Qué podemos hacer entonces ante este panorama?
Comprender que algunas cosas no serán como lo teníamos planificado. será importante aceptar que, algunas tareas se atrasarán, algunas festividades no se harán de la misma manera en que las teníamos pensadas, nuestros hijos llorarán en las noches, se pelearán con hermanos, alguna comida no se hará a tiempo o se nos quemará, entre otras cosas y eso estará bien.
Identificar que las experiencias educativas están inmersas en la vida cotidiana, en el lenguaje, en la rutina, en la experiencia, en el vínculo, no solamente están en las aulas dentro de las escuelas, ni en los contenidos sistematizados, enseñémosles a nuestros hijos lo que solo nosotros podríamos.
Aceptar que seguimos necesitando de otros y que otras familias nos necesitan. Las experiencias cotidianas, a pesar de que se hagan a través de medios electrónicos, pueden brindarnos consuelo, motivación, soporte, puedes encontrar la forma y ser creativo, pequeñas acciones serán de gran ayuda para la familia.
Más que nunca debemos hacernos conscientes de la importancia que tiene y tendrá para cada individuo la forma de vivir su infancia, pues impactará en áreas cognoscitivas, emocionales y de salud; creando esquemas y modelos que incidirán indudablemente en su desarrollo.